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AUTISMO
INFANTIL Y SUEÑO |
Ponente:
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Valdizán, Jose Ramón
Jefe de Servicio de Neurofisiología Clínica.
Hospital Universitario Miguel Servet. Zaragoza. |
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Hora: 13.05 Dia
: 21 de Febrero del 2003 |
José-Ramón Valdizán , Beatriz
Abril, Mario Méndez , María Jesús Pablo, Oscar
Sans
Servicio de Neurofisiología Clínica.
Hospital Universitario Miguel Servet
Paseo Isabel la Católica, 1. 50009-Zaragoza.
Correo electrónico: josevaldizan@terra.es
El sueño en el niño sufre
un proceso de desarrollo que se inicia en la etapa fetal, experimentando
modificaciones durante los primeros años de vida para declinar
y deteriorarse en la vejez. La estructuración completa del
sueño aparece a partir del octavo mes de vida fetal y traduce
una buena organización córtico-subcortical. La fase
REM (periodo de sueño con los ritmos más rápidos
en el electroencefalograma nocturno) es de gran importancia en los
primeros meses de vida ya que interviene en el desarrollo del córtex
cerebral. En esta fase, tienen lugar procesos neuroendocrinológicos
y de transmisión neuronal así como de síntesis
proteica, que pueden ser significativos en la correcta integración
de los diferentes sistemas que operan a nivel del S.N.C (1).
Según la teoría de Crick-Mitchison sobre la fisiología
del sueño REM, algunos aspectos clínicos del autismo
podrían explicarse por las alteraciones que presentan durante
la fase REM (2), puesto que en esta residen procesos fundamentales
del aprendizaje en el feto En el recién nacido normal, con
fases de sueño REM que superan el 50% del tiempo total de
sueño (porcentaje que disminuye según avanza el desarrollo),
alteraciones de cualquier tipo a este nivel, podrían interferir
en la modulación cerebral.
El análisis del sueño en autismo
infantil ha sido presentado en diversos trabajos, pero sin una sistematización
que englobe las distintas alteraciones tanto estructurales como
paroxísticas, aunque recientemente según una revisión
sistemática de la literatura (3) las modificaciones patológicas
del sueño en autismo infantil puede clasificarse en:
*Inmadurez en la organización del sueño,
por una desestructuración de la arquitectura y estabilidad.
Esta observación en niños autistas podría deberse
a distintas disfunciones a nivel de a nivel del SNC (4).
*Alteraciones funcionales del sueño, se
ha demostrado (5) que en niños autistas un 48% tenían
dificultad para dormirse ( con una incidencia del 65%) , un 56 %
despertares nocturnos de 1-3 noches por semana, el 20% de 4-6 noches
por semana, un 31% somnolencia diurna, y , finalmente 43% de los
que tenían despertar precoz tenían dificultad para
dormir. De todos ellos, el 10% fueron alteraciones severas, y el
22% moderadas. La dificultad para dormirse y el despertar nocturno
constituyeron las alteraciones del sueño más frecuentemente
observadas en diversos estudios. Posteriores trabajos , uno con
análisis de las alteraciones de sueño descritas en
un diario de sueño, de un mes de duración y en 88
autistas (6) y otro mediante polisomnografía nocturna en
89 autistas (7) corroboraron la existencia de alteraciones durante
el sueño en estos niños; siendo nuevamente el despertar
precoz y la dificultad para dormirse las más observadas.
Solamente un estudio reciente (8) en el que se comparan los datos
obtenidos en la evaluación del sueño de 20 autistas
(8 empleando EEG y 12 un cuestionario realizado por los padres)
se llega a la conclusión de que las diferencias observadas
entre los pacientes estudiados por EEG, en los que sólo se
vio un caso significativo de arousal, y los estudiados con cuestionario
se deben a la hipersensibilidad de los padres al valorar los desórdenes
nocturnos de sus hijos.
*Alteraciones paroxísticas-epileptiformes
del EEG, en este caso es importante describirlas y compararlas con
las que aparecen en otros dos síndromes con los que el autismo
comparte rasgos clínicos: Landau-Kleffner y Rett.
Estos focos epileptiformes (9) podrían tener alguna vinculación
con las alteraciones del lenguaje y con la patogenia del trastorno
autista.
Respecto a las alteraciones del lenguaje, un estudio enfatiza la
importancia de detectar la conducta y el lenguaje premórbido
para predecir la recuperación de las habilidades lingüísticas
(10), pues, los autistas eran más proclives a comenzar las
crisis epilépticas antes de los tres años, con una
pérdida del lenguaje de más larga duración
y un nivel educacional menor que los que presentaban un comportamiento
normal.
Otro estudio ha descrito que un tercio de los autistas con comportamiento
normal sufren regresiones entre los 2-3 años (11). Este perfil
clínico, va en paralelo en el Síndrome de Landau-Kleffner
(SLK) que se cree secundario a la actividad epileptiforme. El objetivo
de aquel trabajo era comparar patrones de autistas (50 niños)
versus SLK (6 niños), para determinar un posible solapamiento
entre ambos, utilizando el registro de la actividad electromagnética
durante la fase III del sueño. Los SLK mostraron un patrón
epileptiforme predominante en la región intraperisilviana
izquierda y derecha (excepto por un individuo) propagándose,
en escasas ocasiones, hacia los lóbulos frontal y parietal.
Mientras que en autistas se observó actividad epileptiforme
en el 82% con implicación de las mismas áreas que
en el LKS con la salvedad de que en un 75% se vieron zonas de actividad
no silvianas.
Así, el objetivo del presente estudio es
valorar la presencia de descargas epileptiformes y así como
la arquitectura del sueño en niños con espectro autista
(12).
RESULTADOS
Ninguno de los niños autistas que se exploraron pasaron de
las cuatro fases de sueño en el laboratorio, hecho que no
sucedía en el grupo control en donde todos llegaron a los
cinco ciclos y tres alcanzaron al sexto. De los 21 niños
autistas, ocho de ellos solo tuvieron tres ciclos de sueño
(31%).
En el análisis de la arquitectura y estabilidad
del sueño mostrado en la Tabla I, se aprecia un incremento
significativo (p<0,05) a partir del segundo ciclo de sueño
de las fases I, III y IV y de II en tercer y cuarto ciclos. Es decir
los niños con espectro autista tienden a profundizar el sueño
a partir del primer tercio de la noche y sobre todo por incremento
de la fase IV en la segunda mitad del periodo de sueño, como
lo demuestra el cociente (IV/NREM) ×100 con valores altamente
significativos (p<0,01).
ORGANIZACIÓN DEL SUEÑO EN NIÑOS
CON ESPECTRO AUTISTA
Duración total del registro de sueño:
422±48'
Eficacia: 390±49' .
Eficiencia : 91±6,5%
Latencia sueño : 16±24'*
Latencia sueño REM : 135±56,1'
Media y desviación estandar (* p<0,05
y ** p<0,01)
Tabla I (') Corresponde a minutos y (%) a portentaje
Paralelamente estos niños que presentan
mayor vigilia intrasueño en primer y segundo ciclos, a partir
del tercero y cuarto normalizan sus valores con respecto a los controles,
que coincide con una mayor profundización del sueño.
Otro valor de significación es un incremento
en la dispersión de la latencia de sueño, indicando
que el grupo de estudio tiene valores más extremos en el
inicio de sueño, pero con una tendencia a valores medio similares
al grupo de referencia.
En general, se puede señalar que son la
dificultad para prolongar el sueño por encima del tercer
y cuarto ciclo y el incremento de las fases más lentas del
sueño las características más significativas
de este grupo de niños autistas seleccionados.
En las descargas paroxísticas, sin acompañarse
de crisis epilépticas, 14 niños (66 %) muestran brotes
de punta-onda o polipunta focales; de ellos con origen frontal 9
casos que suponen un 42,8% , mientras que las localizaciones temporal
y central con menor frecuencia , 3 y 2 casos respectivamente completan
la distribución.
Figura 1
DISCUSIÓN
Ante todo es necesario tener en cuenta que el presente
grupo ha sido seleccionado bajo una serie de criterios que faciliten
un máximo de calidad del sueño y la localización
de los paroxismos: eficiencia de sueño superior al 75%, al
menos tres ciclos de sueño, y cierta capacidad de colaboración.
En cuanto a la organización de sueño
los resultados de los PSG nocturnos de los niños con espectro
autista muestran una reducción en el número de ciclos
de sueño, son niños que tienden a dormir menos horas
que el grupo control aunque con una mayor profundidad tras el primer
tercio de la noche por incremento de las fases más lentas,
pero, no del sueño REM. Indicando que necesitan una incremento
en la cantidad de ondas lentas que les facilite una mayor restauración
cerebral y somática. Este hecho se reafirma al ser semejante
la organización de su primer ciclo de sueño al del
grupo control, ciclo que es fundamental en el niño para la
restauración orgánica y que tiene mayor porcentaje
en fases III y IV, y que se produce inmediatamente a la actividad
de la vigilia. En un estudio polisomnográfico en el síndrome
de Asperger (13), se encontraron que estos pacientes tenían
dificultades para iniciar y mantener el sueño.
Es de destacar que el sueño REM y NREM no
se modifica sustancialmente, salvo por la reducción del número
de ciclos, lo que nos puede indicar que el origen de los trastornos
del niño autista puede tener un origen más focal (más
o menos extenso) que generalizado.
Aunque ninguno de los niños estudiados presentaban crisis
epilépticas el 66% de ellos mostraban descargas paroxísticas
del tipo de punta-onda o polipunta-onda y con localización
frontal el 43%. Estos elevados porcentajes coinciden con otros autores
donde se encuentra hasta un 50% de alteraciones en el EEG (14) o
con (15) la presencia de una actividad paroxística cortical
frontal en un grupo de autistas que generan alteraciones de conducta
y violencia súbita, hecho que nosotros no hemos correlacionado.
Mediante el magnetoencefalograma (MEG) se ha los porcentajes se
incrementan a un 82% de los niños con espectro autista cuyo
EEG era positivo en un 68% (16). Porcentajes tan altos abre la posibilidad
de que estos eventos estén unidos al autismo más de
que se ha señalado y no sean solo epifenómenos acompañantes
y sean intrínsecos al cuadro autista no Asperger independientemente
de la existencia o no de crisis epilépticas con una particular
localización en región frontal.
Si sumamos paroxismos con un alto predominio frontal se puede apoyar
la teoría de que el lóbulo frontal al ser la estructura
más afectada en sí o por ser zona final de aferencias
córtico-subcorticales contribuye fundamentalmente a la alteración
cualitativa de las vivencias sociales.
Recientemente (17) ha planteado la posibilidad de que el autismo
tenga un factor común, consistente en la supresión
de la capacidad inhibitoria del ácido gamma-aminobutirico
(GABA) con una predisposición genética localizada
en el cromosoma 15q11-q13 (18) dando lugar una excesiva estimulación
de las neuronas glutaminérgicas y como se señala,
la posible la causa de disfunciones neurocognitivas originadas en
el lóbulo frontal. Es decir una disminución de la
capacidad inhibitoria del GABA facilita los paroxismos así
como las alteraciones cognitivas, posiblemente , para nosotros sea
una teoría aceptable al sumarse paroxismos, frontalidad cortical
y reducción en la calidad del sueño, pero la duda
clínica existe con la moderada respuesta de los actuales
tratamientos farmacológico gabaérgicos que aunque
disminuyen o eliminan los paroxismos, y mejoran algunos aspectos
conductuales y cognitivos, no resuelven cualitativamente la situación
clínica como deseamos.
BIBLIOGRAFÍA
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